Mi infancia transcurrió a caballo entre La Barceloneta y el Poble Sec. A la temprana edad de seis años mis padres abrieron un restaurante en la calle Blai del Poble Sec, pero yo continué estudiando en el barrio que nací.
El restaurante se llamaba Can Silvestre y mi padre lo abrió con el dinero que ganó vendiendo su anterior restaurante llamado La Tortuga, situado en la Gran Vía, un restaurante de dos plantas y diferentes espacios donde se reunían intelectuales y artistas de todo tipo.
En una de las salas se reunía un club llamado el Arca de Noe, del cual eran socios personas prominentes con nombre o apellido de animal. En dicha sala, en una pared en blanco el pintor Tapies dibujó un fresco que duró poco tiempo ya que al socio de mi padre no le gustó y pintó la pared de blanco para no dejar rastro de tan preciada obra de arte.
Por entonces la empresa Núñez y Navarro se dedicaba a comprar todos los chaflanes del Eixample para edificar edificios en su lugar.
Por lo que contaba mi padre, el señor Núñez personalmente le pagó en metálico, con dinero negro por supuesto, y se hizo cargo del finiquito de los trabajadores del restaurante que eran unos treinta.
Al lado había una tintorería que también se vio afectada y que era propiedad de la familia de Salvador Cañellas, el famoso piloto de motos, de coches “Rally», y de camiones “Paris – Dakkar».
Recuerdo que Cañellas siempre llevaba una moto plegable y enana, una Ducati Mini Marcelino en el maletero del coche. Un tipo practico para su época.

Cañellas en sus carreras estaba patrocinado por la casa Chupa Chups y en mi casa nunca faltaba dicho caramelo insertado en un palito.
Salvador Cañellas, fue el primer piloto español que ganó un Gran Premio del mundial de motociclismo.

Bien, hechas las presentaciones paso a contar como y en que época conocí al Avi de Filiprim y Makinavaja.
Su nombre real y artístico era Llàtzer Escarceller, aunque cuando lo conocí era el Lázaro, claro está que aún vivía Franco y los nombres en catalán no se podían usar.
Corrían los años setenta, unos años en los que existía una precariedad laboral y económica muy similar a la actual, al restaurante de mi familia venían cada día a comer y a cenar unos cuantos solteros entrados en años que no tenían desperdicio. No es que ganasen mucho dinero para gastar cada día en menús, es que vivían en habitaciones de alquiler sin derecho a cocina. Es en lo único que ha cambiado el tema, en lo del derecho a cocina, por lo demás seguimos igual de mal. Normalmente alquilaban una habitación en el piso de alguna señora a la que con su pensión de viudedad no le daba para llegar a fin de mes y así se sacaban unos cuartos alquilando las habitaciones vacías a trabajadores con pocos recursos. Alguno que otro podía permitirse el lujo de vivir en una pensión, tipo hotel económico, que desconozco si siguen existiendo. Por supuesto aún no existían los teléfonos móviles y estos solteros sin teléfono en la habitación de alquiler tenían que hacer sus llamadas desde cabinas callejeras o en los teléfonos de los bares que funcionaban con fichas que te vendía el camarero, después salió el teléfono Heraldo que ya facturaba con el Teletaxe, el aparato que iba contando las pesetas que ibas consumiendo con la llamada.


Era una época en que circulaban pocos coches por la ciudad y las personas usaban más el transporte publico, los vehículos que se veían por la calle eran de los más variopintos. Eran años de motos de metal y teléfonos de cable. Era otro siglo en que todo era mecánico y analógico, objetos que duraban toda la vida por la sencillez en su diseño y la calidad de sus componentes. Eran tiempos de plateado y gris

Llàtzer Escarceller, llegó a Barcelona en los años treinta procedente de Ribes de Fresser, a muy temprana edad se vio inmerso en los ambientes anarquistas de la ciudad, según lo que me contaba a ratos perdidos, en un tiroteo entre anarquistas y (no recuerdo si eran comunistas) en el Pla de Palau le hicieron una foto, blandiendo una Luger, que salió publicada en La Vanguardia, la policía lo reconoció y lo detuvo. Le confiscaron su flamante Luger, le pusieron el uniforme republicano, le dieron un fusil y lo enviaron al frente del Ebro en la llamada quinta del biberón. Llàtzer tendría unos dieciocho años cuando partió al frente.

Las malas lenguas del barrio decían que formaba parte de las anarquistas brigadas de la muerte, pero él nunca habló de ese tema.
A su vuelta del frente seguía por radio los partes de guerra de la II Guerra Mundial, y en un mapa de Europa iba dibujando los avances de las tropas implicadas en el conflicto. Cuando lo conocí en los años setenta, yo era muy pequeño pero atendía mucho a todo lo que me contaba, al ser anarquista en el frente del Ebro igual que mi abuelo al que por desgracia no conocí.
Llàtzer por entonces trabajaba vendiendo pipas, caramelos, y almendras garrapiñadas en una cesta de mimbre a los clientes de las golondrinas del puerto de Barcelona, también barría y hacia trabajos varios para la empresa sacándose unas pesetas extras. En los meses de más calor se tiraba a las aguas del puerto para refrescarse, decía que entonces el agua estaba limpia y transparente pero que dejó de hacerlo cuando ya no se veía el fondo de tanto petroleo y porquerías flotando.

Por aquél entonces vivía en una habitación de alquiler en la calle Nou de Sant Francesc, al lado de la plaza Medinaceli, en el Barrí Gotic, cerca del puerto, lugar invadido entonces por los marineros de la Sexta Flota americana que llenaban los bares de alterne de la zona.
Una de las aficiones de Llátzer, consistía en limpiar las monedas que llevaba en el bolsillo con bicarbonato hasta que las dejaba brillantes y relucientes, parecían recién salidas de la fabrica de monedas y timbres. Otra cosa que siempre hacía era fumar puros Farias y siempre pedía un cortado después de comer donde mojaba el puro para después chuparlo con su desdentada boca.
Los años iban pasando y yo crecí hasta convertirme en un adolescente que seguía escuchando sus historias pero ya con menos atención, cosa de la que ahora me arrepiento.
Por esa época también venían cada día a comer y cenar solterones varios que estaban en su misma situación. Se formaban tertulias de lo más entretenidas de las que no apartaba mi joven oreja. Se reunían tipos como El Maño (otro de la quinta del biberón), el señor Joaquín de Granada que era todo un caballero educado y algo poeta, trabajaba en la fabrica Caterpillar de mi calle, un tal Arturo que tenía un Seat 124 FU alucinante, y una empresa de construcción donde trabajaba Juan, otro solterón con peinado a lo Anasagasti al que yo puteaba con un ventilador para levantarle la tapa de la calva. A Llátzer también le gastaba bromas pesadas enganchándole la ventosa de la Bola Loca en su cabeza de bola.
También formaba parte de la parroquia habitual El PepeIllo, un chulo putas del barrio chino que montaba una Moto Guzzi 850, un aficionado a los trueques en Els Encats, quería enseñarme tan noble arte pero yo no estaba por la labor. El Pepeillo cuando llegaba a la calle con su moto siempre iba con gorra y un cigarro que mordía de lado con saña de manera chulesca, era todo un personaje al que mis amigos y yo admirábamos. Su manera de divertirse era hacer la puñeta a los más mayores (LLàtzer y Maño) a los que hacía rabiar. Se sentaba en una mesa delante de ellos dándoles la espalda y cada vez que hablaban, él sin girarse les interrumpía con frases del estilo “Ya están los carcamales rajando tonterías» o “Tirad ya para el asilo abuelos» cuando se revelaban él reía como un loco.
De vez en cuando también venía una chica que estaba enamorada del anteriormente mencionado Arturo, él no le hacía mucho caso y ella lo pasaba mal. Algunas tardes pasaba horas sentada en una mesa del bar con unas enormes gafas de sol para ocultar sus ojos lloroso esperando la llegada del tal Arturo, pero por lo visto alguien le avisaba de la situación y él no aparecía por el bar.
Otros personajes curiosos era un matrimonio bastante extraño, él era un calzonazos y ella una mujer de mucho carácter. Ella de vez en cuando recibía a un señor francés al que le dejaba dormir en casa, eso sí, después de decirle a su marido que desapareciese una temporada. El señor francés en cuestión no era francés pero tenía un acento muy marcado, era un ex combatiente republicano que al terminar la guerra se fue a Francia para formar parte de la Resistencia, donde coincidió con la señora que echaba a su marido de casa para hacer el amor libremente con su aventurero amante que no exento de peligro atravesaba la frontera para reunirse con su amada. Cuando el amante regresaba a Francia el marido volvía a casa como si no hubiese ocurrido nada, quizá él también tenía por ahí un apaño, no creo que fuese tan tonto, seguramente eran una pareja liberal poco frecuente en aquella época.
Solían aparecer por el bar personaje del Paral.lel, como taquilleras, acomodadores de cine, vedetes, y alguna que otra bailarina exótica de bar de alterne como Silvia Son, o vedetes principales del Molino, o actrices del teatro Victoria, el Talía o del teatro Apolo. El Paral.lel estaba en plena decadencia y daba sus últimos coletazos con un regusto a pasado esplendoroso que pasó a mejor vida.

Yo de pequeño con la Bailarina Exotica y starlett Silvia Son

Otros que se dejaban caer por el bar era Sisa, el Cantautor Galactic, y Ocaña, el famoso artista, y activista del movimiento Gay, así como unos cuantos más artistas que se han borrado de mi mente.
En estos ambientes de espectáculo era normal que viniesen trabajadores del espectáculo de todo tipo, como era el caso de la directora de Casting Marta Flores, esta se fijó en Llátzer para un papel en La Viuda Andaluza.
Gracias a Marta Flores yo también tuve mi segundo de gloria internacional junto a mi amigo y vecino Jaume Perejoan (minuto 2:22 dell vídeo) en la película Wheels on Meals de Jackie Chan.

La Viuda Andaluza era una adaptación un tanto extraña de la novela “Retrato de la Loçana andaluza», publicada en Venecia en 1528, del director Francesc Betriu.

Fue la primera vez que Llàtzrer aparecía en la gran pantalla pero gracias a ello intervino en pequeños papeles tanto en el cine como en la televisión dando un cambio considerable en su vida a nivel económico.
Era tan anarquista que no pisaba un banco ni por casualidad, todo lo que ganaba lo invertía comprando joyas de oro, decía que eso nunca perdía valor y se paseaba con un sello enorme en el dedo con la figura del Arzobispo Makarios, supongo que le haría gracia la cara del tipo ya que él era ateo hasta la médula.
A pesar de su nueva economía él sequía viniendo a comer y cenar cada día.
Teniendo en cuenta los avatares por los que pasó, bien merecido tenía este cambio tan radical que le ofreció una afortunada vejez rodeado de artistas y con una buena economía. Gracias a ello pudo por fin dejar de vender pipas en Las Golondrinas, comprarse un piso, abandonar la habitación de alquiler, y encontrar unas cuantas parejas a pesar de su avanzada edad. Claro está que iban con él por su dinero pero él era tan espabilado que lo tenía bien claro y se aprovechaba de la situación como el buen busca vidas que era.
Una vez comenzó con su carrera como actor le vinieron buenos papeles como en el caso de Matías en la película Makinavaja con Andrés Pajares.

O en la serie del mismo nombre junto con Pepe Rubianes.

En sus apariciones televisivas también se hizo famoso interpretando al Avi del Filiprim, y saliendo en el famoso concurso Un, dos, tres… responda otra vez, de Chicho Ibañez Serrador.

Esta fue una de sus ultimas apariciones en publico, en el homenaje a Pepe Rubianes.

A partir de ese momento su salud se fue deteriorando hasta que nos dejó para irse a un maravilloso paraíso seguramente repleto de mujeres estupendas que lo mimaban como a él le gustaba. Siempre fue un mujeriego empedernido y lo será para toda la eternidad. Un canalla entrañable del que aprendí mucho y siempre llevaré en lo más profundo de mi corazón y en mis recuerdos más felices.