Esta mañana desperté con un recuerdo de hace muchísimos años en el que me veía en la montaña de Montjuïc con mi compañero El Boños.
Mi amigo el Boños era más de Chichos y Chunguitos, pero un día le di a escuchar el disco Barriobajero de Ramoncín y le encantó, sobretodo la canción Felisín el Vacilón. Se aprendió de memoria la letra de la canción y siempre me la cantaba cuando nos veíamos.
Éramos unos críos de lo más barriobajeros y gamberros sin miedo alguno a nada. Nos conocimos cuando me echaron, por bueno, de La Salle Barceloneta, y digo por bueno porque en ese colegio iba lo mejor de cada casa; hijos de estibadores del puerto de los cuales muchos trapicheaban con el estraperlo y el Winston americano. Un centro donde corría el rumor de abusos a niños por parte de los curas. Nunca me gustaron los de la sotana y me revelaba de tal manera que hacía lo imposible para que me echasen de clase y así deambular por todo el colegio con algún otro expulsado por todos los recovecos de las instalaciones huyendo del hermano prefecto que nos perseguía para, con su infinita bondad, cruzarnos la cara a hostias. La situación llegó a tal limite que me echaron del colegio por no asistir ni un solo día a las clases de la tarde. Con mi amigo el Teixi, Ignacio Teixidó, del vecino barrio del Born, pasaba la tarde en los billares del Buitre, cerca de Santa Maria del Mar. En esos billares es donde vi por primera vez calentar un machete de grandes dimensiones para hacer posturas de Hashish de un tremendo ladrillo de por lo menos un quilo. Una tarde se nos ocurrió pasar por el colegio al terminar las clases y me encontré con la sorpresa de ver a mis padres hablando con el director. Les acababan de comunicar mi fulminante expulsión por no asistir a clase durante un año completo. La cara de mi madre era todo un poema, las lagrimas le caían por la mejilla, en ese momento se me partió el alma. Yo era muy malo, era de lo peor, pero en el fondo tenía buen corazón y quería mucho a mis padres. No me gustó verlos así de mal por mi mala cabeza.
Mis padres con gran disgusto me matricularon en la academia Almi-Balmes, un colegio muy peculiar que disponía de tres espacios en diferentes calles del barrio de Poble Sec de Barcelona. Era un colegio muy humilde comparado con las grandes instalaciones de La Salle Barceloneta. Era un colegio para hijos de obreros, unos alumnos eran buenos, los otros eran muy malos y gamberros, yo me encontraba entre los segundos. El Almi-Balmes era uno de tantos colegios que poblaban los barrios en aquella gris Barcelona de la transición. En la calle Blasc de Garai tenían varias aulas donde impartían los cursos que iban de primero a sexto de EGB, y su nombre era Almi-Balmes. El séptimo curso se hacía en un centro llamado Aribau, que tenía dos aulas, los de la generación del Baby Boom no cabíamos solo en una. El centro estaba ubicado en la plaza de Las Navas, un local que lucia un rotulo donde podía leerse Escuela de Oficios Modernos. El Aribau no tenía ni patio para hacer el recreo. Cada día bajábamos a la plaza para jugar entre columpios oxidados y suciedades varias. Algunos nos escapábamos a los futbolines del Bocas a burlar unas partidas y reírnos un rato de él; “Bocas que se nos ha tragado la moneda el futbolín» él contestaba con cierta mala leche; “pues jugáis con los huevicos». El otro centro se llamaba Muntaner y estaba en la calle Tapioles, también tenia dos aulas donde se daba el octavo de EGB, tampoco tenía patio para el recreo, pero lo hacíamos en el terrado del edificio de dos plantas con vistas a la montaña de Montjuïc. En ese terrado había un rincón donde nos escondíamos a fumar cigarrillos, teníamos doce años. Mientras lo hacíamos siempre había algún niño vigilando para darnos el agua si se acercaba algún profesor. Cuando esto sucedía, raudos y veloces tirábamos los cigarros a la calle donde el Tachas esperaba ansioso cada día a la misma hora para recoger todas las colillas y fumárselas durante el resto del día.
En este idílico entorno conocí al Boños y nos hicimos amigos. Muchas veces nos escapábamos del colegio y nos íbamos a Montjuïc. Recuerdo que había un vigilante de Parques y Jardines con uniforme verde de pana que nos invitaba a fumar. Con él charlábamos toda la mañana, nos contaba que sus hijos eran como nosotros, unos malos bichos. También teníamos una cabaña hecha con ramas de árbol donde nos agazapábamos como dos Tom Sawyer de barrio.
Hace unos días encontré en un blog titulado Un Balcó al Poble Sec, la reseña de una chica hablando del Almi, me gustó mucho porque reflejaba muy bien el espíritu de la época de la que estoy hablando:
Cuando era pequeña había unas pequeñas academias desperdigadas por el barrio. Yo iba al colegio de las mojas y el Almi tenía regusto de lugar prohibido, porque allí había chicos y chicas mezclados. Los chicos del Almi tenían el atractivo del misterio. A veces conocíamos el nombre de alguno de ellos y cuando este pasaba por la calle lo llamábamos y nos escondíamos en la escalera de una compañera de la escuela donde reíamos por la travesura. Cosas de la primera adolescencia… 
Mi paso por el Almi-Balmes fue tan desastroso como mi paso por La Salle Barceloneta. Repetí dos cursos y salí de allí con dieciséis años sin el graduado escolar. Eso sí, al ser dos veces repetidor era el más mayor y desarrollado fisicamente de la clase, alguna de las niñas se fijaba en mi por esa razón, pero no les hacía caso, a mi la que me tenía loco de atar era la Pepino, así es como la llamábamos, en realidad se llamaba Pepi Cifuentes, con la que tontee en un viaje de fin de curso del que solo saqué un beso de lo más tierno. En mi primera novela le dedico un capítulo claro está, contando como me hubiese gustado que acabara nuestra historia, una historia que ni siquiera llegó a comenzar. * Al final del artículo podéis leer un párrafo de la novela donde cuento lo que pudo haber sido y no fue.
Al terminar EGB el Boños y yo nos distanciamos mucho, aunque vivíamos a escasos metros el uno del otro, cosas de la edad.
Los amigos de mi calle éramos muy rockeros y a él ese rollo no le iba para nada. Él era más del palo quinqui y se juntó con malas compañías.
Un par de años más tarde me enteré que lo encontraron muerto tirado en el suelo del portal de su casa con una chuta clavada en el brazo. Los más allegados dijeron que era el primer pico que se metía y que se pasó de dosis al no saber como funcionaba el tema.
Como él en el barrio cayeron unos cuantos; unos terminaron en la morgue, otros en la quinta galería de la Modelo, otros se hicieron chaperos para pagarse la dosis o para simplemente sobrevivir. Eran buenos chavales que desconocían los peligros del caballo y de la vida en general.
El final de la década de los setenta fue muy duro, demasiado duro para unos chicos de barrio como nosotros. Con los ochenta no cambió mucho la historia. La nueva década nos trajo el SIDA y se repitió la historial, de distinta manera pero con los mismos dramas y la misma crueldad. Perder amigos dejándolos atrás en el camino por este tipo de historias no era de recibo. Ninguno de ellos se merecía tan dramático final. No dejábamos de ser hijos de humildes obreros, unos niños que esperábamos algo más de la vida que la esclavizada manera de vivir de nuestros padres, aunque en la mayoría de los casos el camino elegido no era el más correcto ni adecuado.
Hoy me ha venido a la mente mi amigo Boños, ese Boños gracioso y afable a la par que gamberro de pro, y hoy en su honor he vuelto a escuchar el disco Barriobajero de Ramoncín que tanto le gustaba. Quién sabe si en vez de tirar por el lado oscuro de Los Chichos y Los Chunguitos, se hubiese tirado por el camino del rock & roll y se hubiese juntado con nosotros, los roqueros del barrio. Quizás hoy en día aún estaría entre nosotros, luchando día a día por una vida mejor, intentando disfrutar de lo único que tenemos, la vida que el universo en su infinita generosidad nos regaló.

Si alguno de los que fue al Almi-Balmes está leyendo esto quizás le interese ver unas curiosas fotos que ilustran otro de mis artículos. Haz click sobre la foto.

En el artículo os dije que en mi primera novela le dediqué un capítulo a la Pepino y, como lo prometido es deuda aquí os lo dejo.
Max, una historia de los ochenta_ Fragmento del Capítulo 4_ “Pepino».
Durante toda la noche he sentido una sensación extrañamente agradable a tu lado, algo casi pueril. Ella agachó la cabeza por un momento que se me hizo eterno y empezó a hablar sin mirarme a los ojos, mientras jugaba con sus muñequeras de pinchos.
¿No te acuerdas de mí, golfo? Recuerda cuando tenías quince años menos y eras el más golfo de tu clase. Yo era una de esas niñas que te reía las gamberradas. No jodas, respondí. No asocio tu cara a ninguna de aquellas niñas. Normal, guapo. Yo no era muy agraciada y todos los niños se reían de mí porque decían que era muy alta y delgada. ¿Eres la Pepino? Sí, guapo. Soy Josefina Cifuentes, la Pepino, aquella niña fea que estaba locamente enamorada de ti. Me parecías el chico más guapo y simpático de todo el colegio. ¿Recuerdas el viaje de fin de curso en octavo de EGB? Yo lo recordé durante mucho tiempo. En la clase había muchas chicas guapas y bastante desarrolladas. Yo, sin embargo, era como un palo de escoba: sin tetas y sin culo; y bastante peleona, más que mi hermano Matías que iba a nuestra misma clase. ¿Lo recuerdas? Asentí con la cabeza y seguí escuchando con mis ojos clavados en los suyos, intentando ver si quedaba algo de la Pepino dentro de aquella maravillosa mujer que se hacía llamar Nina.
Yo era la más fea con diferencia, pero aquel año tú te fijaste en mí y empezamos a tontear. No eras fea, Nina. Eras preciosa, como ahora. ¿Recuerdas el hotel de Mallorca? En la habitación de al lado dormía la profesora de mates que vigilaba que no hiciéramos una barbaridad. Y la hicimos, le contesté. Sí, la hicimos, y ¡de qué manera! Fue la primera vez que me sentí mujer, me sentí querida y bien tratada, lo recuerdo y lo recordaré toda mi vida. Tú me quitaste mis complejos de bicho raro y me hiciste sentir la más guapa y la tía más buena de toda la clase. Estaba tan enamorada de ti, Max…
Lo recuerdo todo, Pepi… perdón, Nina. Hace muchos años pero lo recuerdo como si fuese ayer. Yo también estuve enamorado de ti, pero al terminar el colegio, te perdí la pista y nunca más supe de ti. Para mí eras la más guapa. Fuiste mi primer amor, mi Pepino.
Me entró una sensación por todo el cuerpo muy difícil de describir. Me invadió la nostalgia recordando sus adolescentes caricias. Ella se puso muy tierna y se sentó a mi lado, apoyando su cabeza en mi hombro mientras me acariciaba la mano.
Permanecimos así varias horas, recordando tiempos pasado; bebiendo cerveza y fumando como carreteros.
– ¿Te apetece que nos veamos otro día?- Le dije -.
– Me encantaría. Me apetece tanto que tal vez despertemos juntos y nos veamos mañana mismo. ¿Me llevas a tu casa?
– Sí, pero con una condición.
– ¿Cuál?- dijo ella -.
– Que me dejes llamarte Pepino.